Su mujer le pidió el divorcio y él la quemó viva: mató, confesó y camina libre por Necochea

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El brutal asesinato de la profesora de arte de 37 años Claudia Iraola sacudió a la ciudad de Necochea en mayo de 2001. Una especie de resplandor entre los árboles del Parque Miguel Lillo marcó en una madrugada otoñal el lugar donde se encontraban sus restos, carbonizados en el baúl de un auto. Su marido, Marcelo Llinás, la había quemado viva cuando ella le pidió el divorcio.

El reconocido productor agropecuario necochense fue condenado dos años más tarde a la pena de 22 años de prisión por el homicidio. Hubiera correspondido la prisión perpetua, pero entonces no existía todavía la figura del femicidio y además, para dos de los tres jueces que lo juzgaron, el anuncio de su mujer de querer terminar con la relación lo shockeó y esto fue un “atenuante”.

-El fallo -escandaloso- fue cuestionado y apelado. No obstante, Llinás solo pasó 12 años preso y recuperó su libertad beneficiado por buena conducta y por el régimen del dos por uno, según el cual las personas detenidas preventivamente durante más de dos años tenían el derecho a compensar la demora del Estado en llevarlas a juicio, computando doble el tiempo en exceso que permanecieron detenidos sin condena. Dicho régimen fue derogado después por la Ley N.º 25.430.

“Llinás la sacó barata”, sostuvo en diálogo con TN Guillermo Sabatini, el fiscal que tuvo a cargo la investigación del caso. Y añadió: “Mató a su esposa y está libre”. El femicida condenado nunca se fue de Necochea. Entró y salió de la cárcel, y actualmente camina por las calles de su ciudad como uno más de sus 100 mil habitantes.

Un golpe, una toalla y fuego: el femicidio de la profesora de arte

En la madrugada del 8 de mayo de 2001 Claudia y Llinás volvieron a discutir. Los celos de él habían ido desgastando al matrimonio y esa noche el productor encontró a su mujer usando la computadora en el living, supuso que estaba chateando con otro y empezó con los reproches.

No era la primera pelea que tenían por situaciones de este tipo, pero Claudia decidió de repente que iba a ser la última. “¡Quiero el divorcio!”, le gritó a Llinás la maestra. Eran cerca de las 3 de la mañana y el golpe seco que le dio su marido la desmayó en el piso. La pareja ya no volvió a discutir, porque antes de que amaneciera fue Llinás el que le dio un cierre irreversible a esa relación.

Mientras ella estaba inconsciente trató de asfixiarla con una toalla, pero no lo consiguió. La hija que tenían en común, que en ese momento tenía unos tres años, se despertó llorando y él se dedicó a calmarla hasta que volvió a dormirse. Recién entonces se enfocó en su esposa de nuevo: metió su cuerpo en el baúl del auto y manejó hasta un bosque cercano a su casa dispuesto a terminar con lo que había empezado. Claudia todavía respiraba cuando la roció con combustible y la prendió fuego. Murió calcinada sin posibilidad de defenderse.

El cuerpo del delito

En los siete años que llevaba trabajando como guardaparque Nelson Alvarado nunca había visto nada así. “Fue terrible, porque estaba todo quemado y los restos de una de las manos apoyados en la tapa, como si esa persona hubiera empujado hacia arriba”, dijo el hombre hace más de dos décadas a distintos medios.

De acuerdo a su relato, desde su casilla escuchó unos ruidos extraños y segundos después vio un resplandor entre los árboles. Creyó que se había incendiado la leña y llamó a los Bomberos, pero entonces lo sobresaltaron de nuevo los ruidos. Como parecían tiros, también llamó a la Policía.

“Llegamos todos juntos a Pinolandia y nos encontramos con el auto ardiendo. Al apagarlo del todo vimos cómo quedaba el baúl medio abierto; al acercarse uno de los bomberos gritó que había un cuerpo adentro”, recordó Alvarado. Era Claudia.

El guardaparques no conocía a la víctima, pero sí a su marido. “Llinás es un hombre de campo y su familia es una de las más tradicionales de la ciudad Necochea”, declaró entonces.

El marido, el asesino

“Yo tuve contacto con Llinás desde el primer día de la investigación”, dijo a TN el fiscal Sabatini, que participó de la detención del productor, de toda la etapa de instrucción y llegó también al debate oral y público. “Parecía angustiado, como si no pudiera creer lo que había pasado”, manifestó en relación a la sensación que tuvo al conocerlo, tras lo cual remarcó: “Pero las pruebas en su contra fueron contundentes”.

En 2003, cuando el caso llegó a juicio, la estrategia del defensor oficial para esquivar la pena máxima fue plantear que Llinás había matado a su mujer sin intención y, además, bajo “emoción violenta”. El imputado terminó confensando el crimen, pero en ningún momento demostró arrepentimiento. “Él nunca perdió la compostura”, apuntó Sabatini.

La versión del asesino y un fallo dividido

La culpabilidad de Llinás no era lo que estaba en duda. Había quedado debidamente probada en el debate y fue incluso reconocida por el propio asesino. Lo que restaba era que el Tribunal Criminal Nº 1 estableciera cuál sería el monto de la pena que debería cumplir por el delito cometido.

En su declaración, Llinás dijo que su esposa había muerto en el acto con el primer golpe que le dio y que, cuando su hija se despertó, tapó el cuerpo con una toalla para que la nena no se asustara y cuando logró calmarla, cargó a la víctima en el coche y fue a la zona de Pinolandia del Parque Lillo con la intención de prender fuego el vehículo para “ocultar su accionar y borrar todas las huellas que lo pudieran incriminar”.

En otro tramo del debate los peritos psiquiátricos compartieron sus conclusiones respecto del imputado y señalaron que en él advirtieron una “obsesión por la unidad familiar”. En otras palabras, Llinás no pudo resignarse a seguir adelante sin su esposa ni su hija y mató a la mujer para no verla rehacer su vida sin él. El fallo no fue unánime: el juez Alfredo Pablo Noel votó por 25 años de prisión. En tanto, Mario Juliano y Luciana Irigoyen Testa se inclinaron por 22 y al ser mayoría definieron el monto de la pena.

“No hubo justicia para Claudia”, se lamentó el fiscal Sabatini ahora, cuando ya pasaron más dos décadas del crimen. No obstante, aclaró: “Mi tranquilidad es que hicimos todo lo que podíamos hacer, fuimos por la máxima pena”. Pero los jueces entendieron otra cosa y Llinás apenas pasó poco más de 10 años encerrado.

“A Llinás me lo he cruzado más de una vez en la calle”, confió sobre el final de la charla con TN el investigador. Claro que no se trata de algo inusual en un pueblo de 100 mil habitantes, en el que inevitablemente el funcionario se topa en la vía pública con más de un exrecluso al que él mismo envió a la cárcel. En el caso puntual del asesino de la profesora, recordó: “Ni siquiera hubo un saludo cuando nos vimos”.

El bosque, la misma trampa mortal

El crimen de Claudia Iraola no fue el único secreto que guardaron los árboles del bosque. A muy pocos metros de ese lugar pero en enero de 1978, se encontró otro auto abandonado. Se trataba del que le pertenecía a Adriana Celihuetala veterinaria de 29 años que desapareció días antes de casarse. Su cuerpo nunca más fue encontrado.

FUENTE: TN

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